Por J. J. Fernández Cano
Por más que nos empeñemos en disimular y hasta fingir que ignoramos el río fangoso que, no sólo discurre por nuestro país, sino que se desborda y lo inunda hasta el extremo de asfixiarlo con todos sus ciudadanos dentro, resulta imposible permanecer callados y tratar de distraer nuestra atención con temas más livianos, más de nuestro día a día. La maldita corrupción nos saca de nuestro letargo, de nuestro intento de huida, a tirones de conciencia social. A quienes sentimos la necesidad de expresar lo que pensamos, lo que sentimos, se nos hace muy cuesta arriba permanecer callados ante tanto abuso, ante tanta infamia. Por más que la podredumbre en nuestro país haya alcanzado el rango de algo cotidiano por su abundancia de casos y su cuantía en millones, no nos resignamos a considerarlo como algo tolerable, inevitable en un régimen democrático, como aseguran algunos. La democracia no es esto. No debería ser esto.
Si algo se puede sacar de bueno en esta colosal cloaca, es que personajes antaño intocables por su inmenso poder político o económico, hoy están entre rejas unos, y ante la Justicia como acusados, otros; lo que nos demuestra que la señora de la balanza y los ojos tapados con el pañuelo, está imponiéndose, a pesar de las fuertes presiones que sufre y la injustificable falta de medios económicos con que se ve obligada realizar su trabajo.
El bochornoso caso de las tarjetas opacas, también llamadas “black”, cuyo juicio ya se está celebrando, pone de manifiesto hasta qué extremo de desidia moral ha llegado nuestro país; no porque dicho caso sea más sucio que los muchos que le han precedido, pero sí al menos, por la diversidad de personajes que se están sentando en el poco prestigioso banquillo: 65 acusados compuestos por la flor y nata de nuestra economía, desde un expresidente del Gobierno central, hasta un exconsejero de IU, pasando por una relevante persona, antaño de absoluta confianza de La Casa Real. O sea que a esta salsa no le faltaba ningún ingrediente. Dignos de mención, son algunos (más bien pocos) de estos 65 implicados, que no llegaron a hacer uso de las envenenadas tarjetas y algunos, que incluso las devolvieron. Gestos de honradez o respeto a la Justicia siempre los hubo, aunque en nuestro país últimamente no son mayoría.
En las dos campañas pasadas en las que se ha intentado formar Gobierno, con los resultados que ya conocemos, el caballo de batalla del PP (aparte de recalcarnos lo bien que va la economía) fue que los españoles teníamos dos caminos: el PP o el caos. En vista de que todo parece indicar que las terceras elecciones al parecer inevitables, las ganará el partido de Rajoy, aunque sea por pelos, esos dos caminos se reducirán a uno solo: el PP y el caos, ya que los casos de corrupción que se amontonan en los juzgados, más los nuevos que van aflorando día a día, ininterrumpidamente, nos tienen inmersos en una situación caótica.