Editorial nº 824
El panorama político español comienza a asemejarse a un chiste de Gila, si no fuera porque la gracia no somos capaces de vérsela por ninguna parte. Llámennos mal pensados si quieren, pero se nos antoja que unos y otros no hacen más que ir dejando pasar los días, jugando a ser políticos, convocando ruedas de prensa, lanzando chascarrillos a través de las redes sociales y, obviamente, cobrando sus suculentas nóminas cada mes. Muchos de los nuevos diputados se lo están pasando pipa con su nueva situación, pues en la vida se han visto en otra parecida, así que tienen que aprovechar. Lamentablemente, esto no es un juego; aunque, oigan, tampoco se está tan mal sin presidente.
Ojalá nos equivoquemos, pero parece que todos tienen asumido que vamos de cabeza a unas nuevas elecciones, pero se están divirtiendo de lo lindo dejando pasar el tiempo y haciéndose los interesantes. Ahora pido esto y, si me lo concedes, entonces pido aquello. O como Rajoy en su papel de perro del hortelano, que ni gobierna ni deja gobernar, ni pacta ni deja pactar.
Hablando de pactos, y si finalmente hubiera nuevas elecciones posiblemente, habría un damnificado absoluto, o tal vez dos: Ciudadanos y Podemos. Ciudadanos porque, al pactar con el PSOE, aunque sea un pacto estéril y sin demasiado fuste, haría cambiar su voto a quienes eran votantes históricos del PP pero en esta ocasión decidieron castigar a Rajoy y los suyos otorgándole un voto de confianza a Albert Rivera. Ahora que el candidato naranja se acaba de aliar con Pedro Sánchez, los votantes de derechas volverían a cambiar su voto y lo dejarían como estaba antes del 20-D. Osea, los del PP de toda la vida votarán al PP y los del PSOE de toda la vida harán lo propio con el PSOE. ¿Para qué votar a Ciudadanos si ya se ha descubierto el pastel?
¿Y qué pasará con Podemos? (siempre desde nuestro ejercicio personal e intransferible de política ficción, claro). Pues que los españoles han tenido tiempo de ver cómo se las gastan los morados, a los que les faltó tiempo para querer repartirse el pastel y otorgarse las carteras ministeriales, y hasta la vicepresidencia. Es posible que el mayor castigo lo reciba Podemos y, una vez visto el experimento y habiendo jugado todos un poco, se vuelva al bipartidismo o, al menos, a unas mayorías más amplias. El juego continúa y todo es posible aún.