Quienes a estas alturas aún se pregunten por el motivo de la deblacle electoral del PSOE, no tienen más que echar un ojo a los periódicos y a las tertulias de radio y televisión y comprobar uno de los temas estrella de estos días, removido por los socialistas antes de salir del Gobierno, en plan despedida triunfal.
Hablamos del destino de los restos de Franco en el Valle de los Caídos: ¿habría que dejarlos allí o trasladarlos a otro lugar? Porque, claro, Franco no murió en la Guerra Civil y, por tanto, como no es un caído, su cuerpo no debería reposar allí.
Sinceramente, ¿eso le importa a alguien en este país y en este preciso momento? Nos referimos a alguien que tenga los pies en el suelo, y no la cabeza a la misma altura que su sueldo (es decir, por las nubes).
Que con cerca de cinco millones de parados y una crisis que nos llega hasta las orejas haya gente tan cínica que piense que este tema es una prioridad, no sólo es motivo de salida fulminante (como es el caso) sino que no se debería dejar que personas más preocupadas en elucubrar sobre el sexo de los ángeles que en buscar soluciones a los problemas reales de este país tuvieran siquiera acceso a un euro del dinero de todos.
Porque, si éste y otros debates por el estilo no se cortan de raíz, dentro de poco podríamos ver cómo el Gobierno destina alegremente a saber cuántos miles de euros para que el dictador dé con sus huesos en otro panteón.
Aparte, este tipo de historias, además de no aportar nada, lo único que hacen es abrir viejas heridas entre los españoles, y la mayoría de las veces de una forma total y obscenamente intencionada.
Dejemos ya en paz el cansino concepto de la memoria histórica, aunque sea nuestro pasado, e hinquémosle el diente al presente, porque de ello depende nuestro futuro