Que no voy con mala uva, al contrario. Cuando a cualquier contribuyente -más en estos tiempos de crisis- le mientan la bicha, el fisco, se le empieza a subir la bilis. Pero no sabemos bien lo que tenemos, lo digo sin ironía.
El mecanismo de la Lotería de Navidad y, como expresión máxima de esa ludopatía sana, del Gordo de Navidad, es simple pero ilusionante: entre todos nos gastamos una pasta, la juntamos y uno solo se lleva el gran premio mientras los demás nos resignamos a esperar hasta el año que viene. La única forma de hacerlo es que unamos nuestros cuartos, porque si no, la cosa no da para la alegría de unos pocos.
Pues los impuestos vienen a ser lo mismo, o casi: todos acoquinamos y luego, el que está enfermo, necesita un colegio para sus hijos, una carretera para viajar en su coche, un salario cuando se queda en el paro... tiene asegurado ese premio irrenunciable que son los servicios públicos.
La democracia se convierte así en aritmética, puesto que los países donde más se contribuye, los nórdicos, son aquellos en los que la Administración que cubren más necesidades de la gente, tiene unos servicios públicos más desarrollados. Eso es lo que han dado en llamar el Estado del Bienestar.
Deberíamos valorar los nuestros, porque somos unos privilegiados que estamos en la mitad alta de la tabla, si se hace un ranking de países del planeta.
Lo malo es que soplan tiempos (populares) que van en otra dirección. Aunque sea respetable, la receta básica de nuestro nuevo Gobierno (igual que la de sus primos ideológicos de la Generalitat catalana) consiste en gastar mucho menos dinero para sanear las arcas públicas y luego... ya veremos.
Me parece racional que la caja de todos esté sin pufos, déficits, endeudamiento y demás gastos financieros e intereses que sólo benefician a los bancos, pero que me pasen el presupuesto y ya les digo yo dónde hay que meter tijera.
Si uno echa cuentas de lo que se nos va en el Senado (por Internet circula la contabilidad al detalle), las diputaciones, las cámaras de comercio, los aviones militares, la Casa Real (no sólo por el fresco Urdangarín) y, sobre todo, en las contratas públicas a las grandes empresas, las que manejan el cotarro, estoy seguro de que sobra liquidez.
Con la de presupuestos inflados que pagamos entre todos para cada obra pública, que tiene que dar también para las comisiones, trajecitos, comilonas, viajes y otros lujos, nos da para hospitales en condiciones y créditos a interés razonable en una banca pública, como mínimo.
El Gordo de la Lotería de nuestros impuestos siempre nos toca, si queremos nosotros. A ver si se enteran de una vez quienes lo administran. Y que compren décimos también esos de las SICAP y los paraísos fiscales, cumpliendo como nosotros con el fisco.