Una actitud coherente
En menos de un año, he tenido ocasión de oír, por boca de dos personajes políticos de cierta relevancia (no importa su sexo ni el partido en el que militan) la misma afirmación: “No estoy de acuerdo con la forma en que funcionamos los políticos en nuestro país, nuestra clase, o casta cada vez empacha y desengaña más a los ciudadanos y, reconozco que no faltan razones para tal desencanto”.
Estas confesiones espontáneas y, espero que sinceras, son un síntoma de que, al contrario de lo que vulgarmente se piensa, no todo está perdido en nuestro sistema de gobierno; a pesar de que la política se nos haya viciado hasta extremos insostenibles, todavía quedan personas dedicadas a este denostado oficio que tienen, no sé si el valor o la humildad, de confesar que no están conformes con las formas de proceder de sus oponentes, pero tampoco con las de su propio partido, que, como una inmensa mayoría de ciudadanos, no tragan ya con tanta vaciedad, con esa verborrea de consignas manidas, con ese pernicioso vicio de hacer bandera de toda cuestión que se plantee en nuestro país, nuestra región o nuestro pueblo, que nos llevan a hacer de la política un mercadeo chabacano que sólo nos conduce a la rutina, soslayando los verdaderos problemas que de verdad nos están poniendo el dogal alrededor del cuello.
Es un síntoma esperanzador, constatar que cada vez hay más políticos que no se sienten orgullosos de serlo, que tienen criterios propios como ciudadanos libres y están hasta el copete de consignas, de disciplinas de partido, de formar parte de uno u otro rebaño, hombres y mujeres que todavía albergan la ilusión de servir con honestidad a quienes les votaron y a quienes no. Aún pecando de ingenuo, me gusta pensar que cada día habrá más políticos conscientes de que la demagogia, el egoísmo y la hipocresía, nos conducen al más rotundo fracaso, la prueba la tenemos a la vista: el tercer problema que más preocupa a los ciudadanos de nuestro país es la vacuidad de gran parte de nuestros políticos y esto, además de vergonzoso, es descorazonador. Decía, que me gusta pensar que, una vez tocado fondo, irán emergiendo políticos dispuestos a llevar a cabo una revolución pacífica, pero contundente, contra lo inoperante, lo despilfarrador y, sobre todo, contra el empedernido vicio de la corrupción, del dinero fácil obtenido por el privilegio de gobernar
Volviendo la vista hacia épocas no demasiado lejanas, la Historia nos muestra que a las democracias nunca las mató la vejez, sino las enfermedades arriba enumeradas, que pueden terminar reventando la estabilidad de un país, echándolo en brazos de ávidos “salvapatrias” que nos suman en la oscuridad del miedo y el silencio. Yo nací, y viví gran parte de mi existencia en ese opresivo ambiente y, sudo hielo sólo con pensar en la posibilidad de volver a él; créanme.
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