¿Porque nos suena tanto a todos la cantinela de las próximas Elecciones Generales? Pues para empezar, porque quienes ponen la voz en este recital son los mismos. Y no es tópico: ¿qué nos vende la derecha? A Mariano Rajoy ¡otra vez! En el otro bando, ¿alguna novedad de ese PSOE que tantas veces nos ha engañado? Ya lo creo, aires de renovación total con Rubalcaba, indestructible centurión nada menos que de Felipe González, de los paleozoicos años 80.
Para seguir pasando lista, después de los dos partidos “grandes”, los llamados a entrar con su petate en Moncloa, no sé si habría que fijarse en el número de diputados o en el de votos, que la cosa cambia mucho.
Por CiU, Josep Antoni Duran i Lleida, de la quinta de Rubalcaba, otro soplo de aire fresco en el Congreso de los Diputados. A UPyD no sé si le puede reprochar que repita con Rosa Díez porque ella se ha encargado -para bien o para mal- de que su partido milagro, ambicioso y con ganas de ser el tercero en discordia, sea ella y punto. Como si no hubiera más, con todos los respetos para sus compañeros.
A partir de ahí, al menos hay que aplaudir que han cambiado de cartel electoral. Los de Izquierda Unida llevan media legislatura currándose a su nuevo candidato, Cayo Lara. Aunque los Indignados se empeñen en desmarcarse de todos los políticos en liza, si repasaran lo que se vota en nuestro Parlamento, se darían cuenta de que el del pelo blanco es el que más está en su onda. Siempre que se olvide de Cuba, de Chaves y de tantos fraudes del pasado.
El PNV apuesta también por la renovación con Josu Erkoreka; los de Esquerra Republicana de Catalunya, por Alfred Bosch; el BNG presenta a Francisco Jorquera y Coalición Canaria, a Ana Oramas. De ellos no me atrevo a opinar porque no han gozado del eco mediático más allá de sus territorios. Pero por lo menos son ofertas nuevas.
Porque ya está bien de pensar, al ver los carteles y los mitines de los dos aspirantes en este tablero de bipartidismo pobre y raquítico: “tu cara(dura) me suena”.
Yo propondría, en aras de la auténtica proporcionalidad del voto, que el tiempo de la legislatura, los cuatro años, esos 1.460 días, se dividieran exactamente y repartieran entre el peso de cada grupo parlamentario. Y que el ganador de las elecciones fuera presidente unos 600 días, el segundo 400, el tercero... y así sucesivamente. Cada partido, en proporción a su peso en la Cámara, tendría derecho a sacar adelante 10, 8, 6 o una sola iniciativa legislativa. Así tal vez nos acercaríamos a la garantía básica de “un hombre, un voto”. Todos los votos valdrían.