Editorial 635
Las últimas elecciones municipales de mayo en Ibi dejaron un panorama inédito en el corto pero intenso periodo democrático local. El resultado fue la combinación más numerosa de distintos partidos políticos confluyendo en el Ayuntamiento ibense.
Paradojas de la anacrónica matemática electoral, las urnas dieron todo el poder al partido menos votado, es decir, al CDL de Juan Valls, que con un solo concejal, ostenta la gobernabilidad de Ibi. Un partido nacional centrista que subió al poder gracias al impulso mediático de la exedil popular Ana Sarabia.
Estamos a dos meses de cumplirse el primer año de legislatura y ya podemos ofrecer un primer análisis, sin temor a equivocarnos, de que toda esa responsabilidad de gobierno del único edil le está viniendo grande al eterno alcaldable. Más allá de la organización de los festejos que marcan el calendario ibense, la aceptación de la concejalía de Fiestas ha convertido a Valls en un cautivo de su propia decisión.
Como si de la Mahoma de Biar se tratara, el concejal con más poder en el Ayuntamiento parece más un pelele que va y viene en función de las presiones de unos y otros, quedando a la entera disposición de gobierno y oposición.
Más que buenas intenciones, se observa claramente una falta de criterio político y de planteamientos claros que dejan una inmensa laguna de ingobernabilidad por su parte. Algo que no pasa inadvertido al resto de grupos de la oposición y que ya empiezan a tomar decisiones conjuntas al margen de un Juan Valls enrocado en constantes e incomprensibles vacilaciones que a más de uno empieza a irritar. Esta situación no ha hecho más que empezar, y todo parece indicar que va a ser una constante en la legislatura si no lo remedia el actor principal.