Por J. J. Fernández Cano
Llevamos consumidos casi tres meses desde que se celebraron las Elecciones Generales y da la impresión de que nuestros políticos se debaten en un hoyo cenagoso, en el que cada paso que dan para salir del atolladero, retroceden dos hacia el barrizal de las negociaciones que parecen llevar la etiqueta de circenses, del “más difícil todavía”, que llegan a rozar lo imposible.
Se comprende que formar un Gobierno no es como elegir un par de zapatos, máxime cuando las Generales dieron como resultado un mapa político completamente distinto a la rutina bipartidista a la que nos tenían acostumbrados y domesticados. Al entrar en juego con inusitada fuerza los dos nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, esta savia nueva nos hace concebir esperanzas de lograr un cambio, una reestructuración en nuestro sistema, tanto político como administrativo, que adecente nuestras administraciones y acabe de una vez con tanta injusticia, con tanta indecencia y, sobre todo, con tanta impunidad.
Ya se preveía que no habría de resultar fácil hacer cuajar las tendencias ideológicas de partidos de muy parecidas intenciones de renovación, pero de distinto signo, pero no es menos cierto que se están pasando en la prolongación de este mercadeo, postureo, o como quieran llamarlo, que nos hace pensar que nos encontramos en el patio de recreo de un colegio por aquello de: si tú te juntas con Juan, yo no me junto contigo. Yo aposté en las Generales por el partido Podemos, con la esperanza de que tuviéramos por fin, en nuestro país, una oposición fuerte, que nivelara la balanza entre clases sociales, que nos sacara del bipartidismo viciado que nos venía asfixiando. El obcecamiento que están mostrando Iglesias, Garzón y algún otro grupo, negándose a las propuestas de Sánchez y Rivera para entrar con ellos a formar una coalición, me parece incomprensible, máxime, cuando ponen como principal motivo que el partido de Rivera es de derechas. ¡Con el Clero topamos, Sancho! Ya volvemos (o quizás no hemos llegado a salir) a nuestro trasnochado anacronismo de la España azul o roja. Se debería de tener en cuenta que existe otra España: la que no valora a los políticos por su ideología, con todos los respetos que merece, sino por su capacidad de gestión y por su decencia.
A mi juicio, si no se manda al PP de Rajoy a la oposición (que adecentándose un mucho aún podría dar juego o -al menos- existir) y se cuaja una coalición entre el PSOE, Ciudadanos, Podemos IU-UP y Compromís y algún otro grupo más, los españoles habremos perdido una ocasión de oro de abrigar (al menos la ilusión) de lograr el cambio que con tanta urgencia necesitamos.
Iglesias, no te hagas más de rogar.