Por Moisés Aparici Pastor, escritor
He leído una noticia que dice que a partir del próximo mes de julio los coches homologados deben llevar un dispositivo obligatorio (caja negra) que registre los datos de velocidad, frenada o los giros, para que cualquier accidente pueda ser investigado ante un coche siniestrado. Si con esto se puede reducir la siniestralidad o entenderla mucho mejor cuando ocurre, siempre podremos analizar los problemas de hoy evitando los de mañana. Y como sabemos, una caja negra cumplirá la misma función que la que se coloca en los aviones. Ojala la Iglesia hubiera tenido también una caja negra para poder investigar su siniestralidad. Pero al no haber caja, me preocupa ese sótano negro, oscuro profundo, lleno de vergüenza y oprobio para con las víctimas que sufrieron y sufren abusos en tantos y tantos casos de pederastia en el seno de la Iglesia católica.
Así lo clarifica el cura de Momán (Lugo) «son atrocidades, y cuando tú levantas la voz, dicen… ‘un cura tocao’», por eso llama y acusa a los obispos de terroristas, y pide trasparencia, pues siente vergüenza de la complicidad de los obispos con los casos de pederastia. Luis Rodríguez, que así se llama el cura, lleva años levantando la voz por las atrocidades que se han cometido en el seno de la Iglesia. A su juicio, la curia católica no debiera permitir tanto terror con estos abusos sexuales destapados. Los que callan, los que consienten, también son partícipes del delito. Y es que como bien dice este cura, la Iglesia no son los obispos, y no le falta razón, la jerarquía eclesiástica en España ha sido un aparato ideológico, y callan ante estas fechorías de malhechores o frente a las inmatriculaciones de la iglesia.
Las cortinas se agitan con la brisa permitiendo mayor trasparencia y visibilidad en las estancias. Y aunque es cierto que no todos los curas y obispos son iguales, el símil de Jesucristo cuando dice: «Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido, sino que se pone encima de la mesa para que alumbre a todos». La Iglesia católica no debe ver la vida, la realidad de sus propias cosas en segmentos, debe observar con mirada atenta el comportamiento de sus integrantes, y tomar de inmediato decisiones conducentes a erradicar de ella cualquier tipo de mal. Debiera ser rauda en pedir perdón a cuantas víctimas inocentes fueron acosadas por ese delirio malsano. Han de desandar el sendero equivocado y no esconder los desmanes en su seno porque, aunque quieran convertir todo esto en parodia, al final la verdad prevalece y nos ofrece esta incruenta tragedia que nunca debió producirse.
Escuchen a curas que, como este, les llama a una acuciante premisa, la Iglesia no son los obispos, ni los curas, la Iglesia es como la parábola del sembrador. Quiera Dios que esa sonrisa escarpada que todavía domina a muchos servidores de la Iglesia, deje de hacer notar el aleteo de su alma, pues han sido castigados o enfrentados a sus vilezas. Y si no, como ahora a los nuevos coches, que a cada cura se le instale su propia caja negra, por si hubiera que investigar algún ‘accidente’.