J.J. Fernández Cano
Lamentablemente, los índices de siniestralidad en accidentes de carretera alcanzan cifras más que preocupantes; cada periodo vacacional, puente, o un simple fin de semana, visten de luto a una estremecedora cantidad de familias. Las principales causas de esta lacra social son múltiples y suficientemente conocidas por todos, aunque se pueden considerar de primer orden exceder los límites de velocidad permitidos, distraer la conducción por atención al móvil o cualquier otro asunto, como no respetar la distancia con el vehículo que nos precede, no llevar puesto el cinturón de seguridad, etcétera.
Ahora han surgido demasiados casos de ancianos cuyos despistes han originado tragedias que se han saldado con víctimas inocentes. No es que sea este el problema que destaca entre todos los ya mentados, pero sí uno más que agregar a la larga lista.
No se descubre nada nuevo afirmando que la vejez trae consigo mermas en nuestras facultades físicas y mentales, aun llevando este proceso de forma natural, quiero decir, sin que una enfermedad específica comience a privarnos de forma acelerada de alguna, o de varias de dichas facultades. Pero lo principal es, a mi juicio, conservar, al menos, la capacidad de raciocinio a la hora de conducir un vehículo, y esto es lo que tenían que observar, meticulosamente, las clínicas que expenden el examen psicotécnico: si el examinado es consciente de estas limitaciones propias de su edad, y está mentalizado a compensarlas con una firme voluntad de precaución y prudencia; pues, si hay algo peor que ser viejo, es negar la evidencia y empeñarse en creerse joven.
Las normas de tráfico no pueden hacer tabla rasa en este asunto tan delicado, porque hay señores que llevan conduciendo medio siglo y continúan haciéndolo correctísimamente y no tienen por qué pagar los trastos rotos por otros, que son más peligrosos que un saco de bombas. Deberíamos estar sujetos a un examen o revisión periódica (viejos y jóvenes) en la que se comprobara el historial de cada conductor, a saber: cuántas veces ha sido sancionado por infracciones cometidas y, sobre todo, en cuántos accidentes se ha visto implicado y en cuántos ha tenido él la culpa.
Creo que en la mente de todos está el amargo sabor a pérdida irreparable del terrible accidente del autocar de Tortosa, así como la masacre de Bruselas. Cuántas muertes por accidente en un caso, y cuántas por la sinrazón del odio y la maldad en el otro, aunque con un denominador que las unifica: víctimas inocentes que se han ido de este mundo sin llegar a saber los motivos. Mi más sentido pésame a sus apenadas familias.