Como podrán comprobar nuestros lectores en el interior de este ejemplar de Escaparate, hace ya meses que la valla que rodea la pista deportiva del parque Giravela está siendo salvajemente destrozada, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, por parte de una serie de anónimos descerebrados que, sin duda, muestran un gran desprecio por lo ajeno, sin tener en cuenta que eso que ellos consideran ajeno no lo es tanto, puesto que la reparación de esos destrozos se carga al bolsillo de todos los vecinos. Si no al suyo propio, sí al de sus padres, o al menos eso sería lo deseable, siempre que los susodichos estuvieran empadronados, pero ese es otro melón que no vamos a abrir ahora.
Este parque en concreto se inauguró hace unos años y a las pocas semanas ya comenzaron a aparecer los primeros desperfectos. Ahora, por ejemplo, aparte de lo de la valla, otros lumbreras se han cebado con las gomas de riego, y como ésta hay un montón de cosas más, no sólo en parques, sino en todo lo que lleve la coletilla de ‘público’, que quiere decir ‘de todos’. Hasta que no quede bien clara esta idea, seguirá habiendo actos vandálicos de este tipo, incomprensibles y execrables, pero grabados a fuego en la médula de algunos, esperemos que una minoría, que con su actitud y comportamiento atacan y perjudican a la mayoría.
Sin embargo, no todos estos desperfectos son exclusivamente responsabilidad de ciudadanos poco cívicos, sino que una parte muy importante del mantenimiento de lo público corresponde a los ayuntamientos, que tienen que velar porque lo que en su día inauguraron con tanto bombo y platillo siga luciendo cada día como el primero: hay que limpiar, regar, podar, reparar y evitar que un estado poco aseado anime a los vándalos. Que no es éste el caso. O sí.