Listillos
Media la misma distancia entre el listillo y el inteligente, que entre un lince y un caimán y, aún creo que me quedo corto. Lo vemos a diario en nuestra vida cotidiana; bástenos con observar en cualquier conversación, como uno o dos de sus componentes hablan y los demás se limitan a escuchar, no porque no tengan nada que decir, sino porque los líderes de la sinhueso no les dejan ocasión de meter baza en el coloquio y, en esto, no existe distinción entre varones y féminas. Donde la cosa alcanza su punto álgido suele ser en las tertulias, o debates, que se emiten en radio y televisión, donde los contertulios se amontonan, se atropellan y acaban en muchos casos más cabreados que monos, insultándose malamente, poniendo al moderador en verdaderos aprietos y haciendo que los seguidores del programa, en el que se litigan asuntos de gran interés las más de las veces, huyan a lugares más propicios, porque al hablar todos a un tiempo, los espectadores o radioyentes no se enteran de nada.
Casi todos pecamos, al menos un poco, de morder el anzuelo al creer que nuestras razones son las más acertadas y, por lo tanto, las que más merecen ser expuestas y escuchadas, pero hemos de tener presente que una actitud muy sabia es echar el freno a tiempo y pensar que, además del placer de expresarnos, está el de escuchar a los demás, de los que siempre se puede aprender algo: un amigo mío, con ribetes de filósofo, asegura que entre todos, lo sabemos todo, puesto que lo que no sabe uno lo sabe el otro. En este momento, sin ir más lejos, me comienza a dar el tufillo de que me estoy aprovechando de la bondad de ustedes, al tener la paciencia de leerme, y les estoy sermoneando, por lo que les pido disculpas amparándome en que serán cosas de la edad, de la mía, digo.
El reconocer nuestros errores y conocer nuestras limitaciones ya supone un signo de tener algo, aunque no sea mucho, de inteligencia, y como muestra me despediré de ustedes con un viejo chascarrillo de esos que, posiblemente, no están escritos en ninguna parte, así nos lo cuenta Pedro, mi personaje: “Yo soy tonto y lo sé.
Pero mi amigo Paco es un poco más tonto que yo, porque yo me acuesto con su mujer y él no lo sabe, y él se acuesta con la mía y yo sí lo sé”. Al hilo de esta teoría cabría la que reza: Hay tontos que tontos nacen/ y hay tontos que tontos son/ y los hay que son tan tontos/ que ni saben que lo son.
En fin, que si este galimatías merece alguna conclusión, es que la mayor ignorancia, es alardear de lo poco que sabemos e ignorar lo mucho que nos queda por aprender.
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