Editorial nº 633
Afortunadamente ya no se habla del 8 de marzo como el Día de la Mujer Trabajadora, sino como el Día de la Mujer, sin más. Lo primero es, y ha sido siempre, una redundancia en toda regla, pues, incluso en tiempos como los que vivimos, donde tener un contrato de trabajo es un privilegio, hasta las mujeres sin contrato de trabajo son trabajadoras.
Por ello, no es lo mismo ser una mujer trabajadora que ser una mujer con contrato de trabajo. En el caso de los varones debería ser igual, a pesar de que tampoco es lo mismo, ni por asomo, un hombre trabajador que un hombre con contrato de trabajo.
Si seguimos en este juego de deducciones y simplificaciones, el siguiente paso sería afirmar que no es lo mismo un hombre trabajador que una mujer trabajadora, si bien posiblemente cada vez sí se vayan aproximando los conceptos de hombre con contrato de trabajo y mujer con contrato de trabajo. Esta aproximación de términos en el ámbito laboral supone un gran avance histórico y social, pero aún queda bastante trecho por recorrer.
Y bajando un nuevo nivel, llegaríamos a la perogrullada de que, aun siendo todos personas, no es lo mismo un hombre que una mujer, por muchísimas razones, no sólo por las obvias que se refieren al sexo. La mujer ha sido calificada desde tiempos inmemoriales como el ‘sexo débil’, naturalmente desde el punto de vista de quienes se creen que, ellos y sus respectivos ombligos masculinos, son el centro del universo.
Cuando acaben de leer este texto recapaciten por un momento y piensen en la huella que las mujeres han dejado en sus vidas, comenzando por sus madres y abuelas, sus tías, sus hermanas, sus amigas, sus novias... Piensen cuánto han hecho ellas por usted y cuánto ha hecho usted por ellas y concluya si merece la pena seguir celebrando, cada año, un día en su honor. Sólo un día.