Facundo y su ‘careto’
Corrían malos tiempos. Aunque la contienda civil ¿o tal vez incivil? había finalizado 20 años atrás, se decía que todavía vivíamos sus consecuencias. Más que de lo que se ganaba, se vivía de lo que no se gastaba, si es que a aquel estado de permanente escasez se le podía llamar vida. Sin embargo, no faltaba el ingenio y el buen humor, sobre todo el buen humor, puesto que, el español siempre tuvo merecida fama de tener capacidad para reírse de sus propias miserias.
Al hilo de lo dicho, permítaseme meter entre estas líneas una muestra de cómo vivía el amigo Facundo, de profesión (o mejor dicho profesiones) trapero, leñador y pellejero; tres oficios, hoy desaparecidos de nuestro mapa laboral, porque hace tiempo que nadie compra los trapos viejos ni las pieles de conejo; tampoco reparan lebrillos de barro cocido, puesto que ya ni existen. Facundo, más que comprar y vender se dedicaba al trueque, pagando los trapos viejos y las pieles con agujas, dedales y almanaques zaragozanos que diagnosticaban las previsiones meteorológicas… toda su quincalla la transportaba a lomos de su burro “Careto” y, si algún dinero recaudaba, fruto de las reparaciones, lo invertía en la primera taberna que le salía al paso, se conoce que previniendo que el dinero se devaluara y perdiera su poder adquisitivo. Cuando, bien entrada la noche se recogía a su casa, a unos tres kilómetros del pueblo. Lo hacía agarrado al rabo de Careto, puesto que si lo hacía sobre el burro, corría el riesgo de dormirse bajo los efectos del vino ingerido y dar de bruces contra el pedregoso camino, ya le había ocurrido en ocasiones anteriores.
Una noche se le trabó algo entre los pies y de inmediato frenó a Careto mediante un silbido. Al agacharse comprobó que se trataba de una chaqueta. Este hecho se repitió al menos una docena de veces y, otras tantas, Facundo cogía la prenda y la echaba sobre la albarda de Careto, sin percatarse, debido a los vapores del tinto “peleón”, que no había más chaqueta que la suya, que una vez y otra se deslizaba por la culata del jumento hasta el suelo. La última vez piso la prenda y la dejó tirada en el camino: ¡para qué coño quiero yo tantas chaquetas! Se dijo.
Cuando llegó a casa, Careto se encerró en la cuadra y Facundo en su dormitorio; al instante tenía el quincallero a su esposa en la puerta del cuarto con los brazos en jarras: ¿dónde has echado la chaqueta, “desgraciao”?
-¡Mira, no me hables de chaquetas, que encima del burro vienen más de veinte! –Fue la airada respuesta de Facundo.
Cuando ahora, inmersos en esta crisis sin vistas al final se nos insta a que consumamos, me pregunto si no habrá que adoptar el método de Facundo: euro ganado, euro comido. O bebido.
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