El 20 de octubre será recordado como el día en que ETA llegó a su fin, al menos como organización terrorista, además del día en que murió Gadafi a manos de su pueblo, una noticia que obviamente en España, y parte del extranjero, ha pasado inevitablemente a un segundo lugar, eclipsada por el adiós a las armas de ETA.
En la tarde de este histórico jueves, la banda (que últimamente ya era más bien una panda) hizo público que deja definitivamente su actividad armada, con su peculiar escenografía entre cutre y delirante.
Sin embargo, en el comunicado, cuyo fondo prácticamente fue adelantado a principios de semana por un periódico inglés (manda narices), los supuestos exterroristas se atreven a vomitar frases como que “no ha sido un camino fácil”, puesto que “la crudeza de la lucha se ha llevado a muchas compañeras y compañeros para siempre, y otros están sufriendo la cárcel o el exilio”. Y todo esto sin sonrojarse, o tal vez sí, pero por debajo de unas capuchas que dejan bien claro lo valientes que son.
Después de 50 años de existencia, tras haber matado a más de 800 personas (sólo en la provincia de Alicante han sido 42 atentados y cinco muertos desde 1979) y tras habernos tomado el pelo en varias ocasiones con treguas-trampa, lo que ahora dice ETA, y sobre todo cómo lo dice, con un cinismo y una desfachatez indignantes, no puede más que ser puesto en cuarentena. Quien ha mentido tantas veces puede volver a hacerlo sin pestañear.
Ojalá esta vez sea la definitiva y no tengamos que lamentar en un futuro más atentados etarras. Y que pase a las páginas de la Historia de España esta época negra que ha durado demasiado, precisamente para que nadie la olvide, porque dicen que el pueblo que olvida su Historia está condenado a repetirla.