Aprobar en solitario
Entre otros, uno de los términos que peor suenan en un régimen democrático es: aprobar en solitario.
La poco grata expresión puede suponer dos cosas: o bien que quien, o quienes deciden lo hacen porque les sale… del alma, aunque tal decisión vaya en contra del interés de los demás, o porque ser mayoría absoluta en un ayuntamiento les hace creerse ungidos por el don de la sabiduría y, por tanto, con potestad para obrar según su libre albedrío.
Seguramente si en Ibi, (concretamente en lo que atañe a los aledaños de la ermita de Santa Lucía) las decisiones se hubieran sometido a consenso –que es todo lo contrario de actuar en solitario– hoy no nos encontraríamos en la disyuntiva de indemnizar una millonada a una constructora o, permitir que se construya un mamotreto de siete alturas que, ya no sólo se come las enaguas de la Santa, sino hasta el corpiño.
No llego a entender –y mucha de la gente del pueblo llano tampoco– la enfermiza obsesión que se viene padeciendo desde años atrás, por edificar en el montículo de la ermita, habiendo tantos terrenos aptos donde hacerlo, como son las zonas denominadas El Alamí, parajes como La Pileta y otros, en los que incluso se han llevado a cabo aplanación de terrenos y, hasta urbanización de calles, zonas en las que se dan las condiciones favorables de no dañar a nadie y de aprovechar un gasto ya echo. Puestos a hacer cábalas sobre el asunto, no sería descabellado pensar que ese afán por vivir cerca de la santa se deba a la esperanza de que les habrá de conservar la vista en mejores condiciones que a los que les pille más alejados, porque ya se sabe que, el que está más cerca de la olla, siempre tendrá más posibilidades de tomar chocolate y, puestos a fantasear, por qué no suponer que quienes están implicados en la construcción del mamotreto aspiran también a que la Santa Lucía de todos les favorezca en la conservación de su vista. De su vista comercial, quiero decir.
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