Flexibilidad cero; han dicho en la cúpula europea a nuestro flamante presidente Rajoy. El déficit (palabra odiosa) es apabullante y el plazo para subsanarlo imposible. El presidente de nuestras 17 Españas parece haber encontrado, si no la solución para atajar el descomunal problema, sí la pantomima para que parezca que lo está intentando, y no se le ocurre mejor cosa que aplicar los recortes en los sectores más vulnerables, de nuestra ya maltrecha sociedad, como son Enseñanza y Sanidad. También ha entrado a saco con una reforma laboral infame, que desposee de un golpe de tijera las flacas mejoras por las que han venido luchando las clases trabajadoras desde los tiempos de don Licinio de la Fuente, uno de los últimos ministros de trabajo del franquismo, hombre que destacó por sus inclinaciones aperturistas e innovadoras, al defender que los trabajadores también éramos seres humanos y teníamos ciertos derechos.
El expresidente Zapatero, con sus últimos años de malabarismos circenses, nos ha dejado bailando en la cuerda floja y su sucesor parece habérsenos presentado con la tijera en ristre y dispuesto a rebanar de un tajo la cuerda en la que mantenemos nuestro equilibrio imposible. He de reconocer que cuando cambiamos de gobierno en las últimas Elecciones Generales, abrigué ciertas esperanzas de que algo cambiaría nuestro panorama político, pensaba que se erradicaría el despilfarro que supone que sesenta y tantos diputados continuaran percibiendo dietas de alojamiento teniendo vivienda –o viviendas– en Madrid, o que estos y otros altos cargos políticos por haber desempeñado su función durante 7 años, adquiriesen el derecho a pagas vitalicias tres veces mayores que las de otros trabajadores habiendo cotizado toda su vida.
Me hice asimismo la ilusión (pobre ingenuo) de que se crearía una entidad bancaria estatal que sirviera de patrón para corregir nuestro abusivo sistema financiero, así como que se crearía un método para embridar los despilfarros de nuestras glotonas autonomías.
Pero henos aquí, aguantando estoicamente, despertando cada mañana con un nuevo caso de corrupción, con millones de euros que desaparecen en paraísos fiscales y listas del paro que crecen inexorablemente. Si continúan apretándonos las clavijas a este ritmo, acabaremos como los famélicos perros del curro (los pelos del culo, que diría un chino) que de tan secos, bastaba con levantarles el rabo y asomarse para verles los dientes. Qué cosas, oiga.