Editorial 648
En Ibi estamos ya acostumbrados al funcionamiento de nuestra alcaldesa pero, en Valencia, tanto políticos como periodistas se parten el pecho cada dos por tres con las ocurrencias de la diputada Mayte Parra, que debería comenzar a pisar con pies de plomo en el cap i casal, sabedora como es de que, tras la dimisión de su mentor, los apoyos en el seno de su partido comienzan a flaquearle, y más con sus últimas actuaciones estelares.
Además de sus intervenciones sobre temas tan dispares como, por ejemplo, el de la lengua valenciana, muchas de las cuales producen vergüenza ajena, destacan en su currículum dos hitos principales que dicen muy poco en su favor y la ponen en la cuerda floja.
Cuando salió a la luz la denuncia de las presuntas cuentas millonarias en Suiza del tándem Parra-Agüera, el diputado de Esquerra Unida Ignacio Blanco sacó a colación varios casos de políticos del PP imputados por varios delitos, y como coletilla añadió el nombre de Mayte Parra y su presunta cuenta en Suiza. La respuesta de la alcaldesa desde su escaño fue dedicarle al diputado un gesto indigno de su cargo y posición (una peineta), y posteriormente se encaró con él en los pasillos, delante de los periodistas, hasta el punto de que tuvo que ser separada por sus propios compañeros de grupo.
Poco después, y como su cabeza estaba en otro sitio, fue la única diputada que votó a favor de que se buscara petróleo en el litoral valenciano si fuera necesario. Todos en contra menos ella, porque se equivocó, dijo, y pelillos a la mar (con o sin crudo).
La última es de la semana pasada, en una comisión de la que es vicepresidenta (casi sin saberlo) y por la que cobra un plus de 8.140 euros al año por reunirse de uvas a peras. De la media hora que duró la comisión, Parra se pasó más de la mitad del tiempo hablando por teléfono en otra sala, hasta el punto de que, de nuevo sus propios compañeros, tuvieron que llamarla al orden.
No es cosa nuestra, de verdad que no, pero ese no es el camino. Y lo sabe.