Por Vicente J. Sanjuán
Este chiste fue proferido en Twitter por Guillermo Zapata, concejal de la agrupación Ahora Madrid que gobierna el Ayuntamiento de Madrid bajo el mando de la alcaldesa Manuela Carmena: “–¿Cómo se pueden meter a cinco millones de judíos en un 600?
–En el cenicero.”
Es un chiste de dudoso humor que ofende a las víctimas de un genocidio perpetrado por los nazis contra los judíos de Europa (fueron más de 5 millones, pero se ve que la historia y los números no son el fuerte de este ciudadano que iba para concejal de Cultura del mayor ayuntamiento de España). En su defensa alegó, entre otras cosas, su derecho a la libertad de expresión.
La libertad de expresión es un derecho de todo ciudadano, pero tiene límites jurídicos objetivos (calumnia, cuando se imputa un delito falso a otra persona, o injuria, cuando se atenta contra el honor de otro ciudadano). Pero hay otra regla mas básica para utilizar el derecho de expresión de una manera justificable: ¿te ofendería o molestaría que alguien te dijera lo que tú le dices a esa otra persona con ánimo ofensivo? Un ejemplo: si eres animalista y escarneces a un católico, ¿estarías dispuesto a aceptar que un católico te escarneciera como animalista?
Me imagino que cualquiera que apele al “sacrosanto” derecho a la libertad de expresión tiene que admitir que TODOS tenemos ese derecho. Si los titiriteros de Carmena o la poetisa de Ada Colau pueden hacer apología del terrorismo etarra o de la ofensa gratuita a las creencias católicas; otras personas pueden hacer apología del régimen franquista o pueden ofender gratuitamente a los ateos y/o a las lesbianas.
Pero me temo que esto no es así puesto que, en España, las izquierdas juveniles practican la ley del embudo (derecho de expresión para mí porque mis opiniones son superiores moralmente a las de mi rival y son políticamente correctas) y la dictadura social en las redes y en los medios de comunicación al más puro y rancio estilo estalinista: hay que matar socialmente al oponente. El que se opone a ellos es tachado de forma brutalmente acumulativa de fascista, bunkerista, neonazi, facha o franquista.
Dicen que es cosa de la edad, pero yo creo que es cosa de ser estalinista. Tan jóvenes y tan rancios ya. Porque hay que ser rancio para estar a vueltas todavía con la Guerra Civil, Franco, la Iglesia Católica y los militares. Con las plaquitas y no con los socavones o los habitantes de las callecitas de las plaquitas.
Si quieren un objetivo de lucha revolucionario para hoy en día que hagan mofa del islamismo radical, que ésos son los que provo- can que hayan niños fuera de sus hogares en Siria, homosexuales ahorcados, periodistas degollados y mujeres sin derechos humanos que hagan valer la igualdad de género.
Les sugiero que hagan poemitas chocarreros con algún verso del Corán en público, para variar.