¡Mr. X es la leche!
La vida es algo muy serio, siempre se dijo. Tan condenadamente serias se ponen a ratos las cosas de la vida que entran ganas de llorar, aunque, tal actitud no deja de ser una completa necedad, porque pasarse parte de la existencia llorando a moco tendido no va a lograr que las cosas nos vayan mejor, si acaso, patinar en nuestras lágrimas y partirnos la crisma. Así lo veo yo y así debe verlo Mr. X, a juzgar por el disparatado y, a la vez original libro que acaba de publicar, en el que se pone el mundo por montera y logra (esta es la finalidad de cualquier escrito) que se lo ponga, al menos por un rato, todo el que se atreva a sumergirse en sus páginas.
He de confesar que yo no puedo emitir un juicio imparcial sobre la obra en cuestión, porque se me consideraría juez y parte, dado el gran aprecio que siento por su autor, pero sí me creo con derecho a contar que en el breve tiempo que he empleado en leerlo, he gozado cada uno de los relatos que lo componen, evadiéndome, en buena medida, de los problemas que me preocupan y, eso ya es mucho. He sonreído con las ocurrencias de este –para mí– entrañable inventor de absurdos y en alguna ocasión, se me ha escapado alguna carcajada, dando lugar a que mi esposa (ya acostumbrada a mis rarezas) me mirase con gesto de estar pensando: Este está peor de lo que yo creía.
Creo no exagerar demasiado si confieso encontrar cierto paralelismo entre la endiablada capacidad de crear conflictos de nuestro Mr. X y el muy reconocido y admirado Tom Sharpe, que a través de WILT, su estrafalario personaje, ha logrado vender sus libros como rosquillas.
Por todo lo dicho, me siento con ánimos de sumarme a este humor de lo absurdo con mi amigo Mr. X –aunque reconozco no tener suficiente talento para ello– e invitarlo a comer boquerones encima de un almendro, porque uno compra un kilo de almejas y se las come donde le da la gana, o a cazar caracoles esperándolos en las curvas de los ribazos, que es donde apuran la frenada y aminoran la velocidad. Ahora que el mundo se nos está jodiendo un poco más cada día, quizás necesitemos como nunca la terapia de la risa, siquiera sea para burlarnos de la adversidad en sus narices.
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