Mordiendo acero
Una huelga general es, sin duda, un aldabonazo de atención al gobierno de un país. La voz del pueblo que clama justicia porque la situación por la que atraviesa es mala y no se le ven trazas de enmendarse; viene a ser como cuando al torero le da la presidencia el último toque de clarín para que mate al toro ¡ya! Y no lo torture más.
Toda manifestación social tiene sus propias características, y la singularidad de la que acaba de tener lugar estriba en que casi todos somos víctimas, y cuando echamos mano a buscar culpables, ni siquiera el Gobierno, o los gobiernos de España, lo son del todo, porque los gobiernos gobiernan, aunque sea mal, como ocurre en nuestro país, o ‘países’, pero no mandan, ya que, quienes en realidad mueven los hilos de la economía son, más que nunca, las multinacionales y la Banca Todopoderosa, el gran capital en manos de unos pocos.
Prueba más que evidente es que cuando comenzó la crisis, la primera medida de nuestro gobierno fue engrasar las bielas bancarias, para que el sistema financiero no diera el zampucón, con el consiguiente atasco del carro económico; el resultado de tan colosal desembolso todos lo conocemos.
La injusticia social campa a sus anchas y el único freno para tan nocivo desequilibrio sería la presión social.
La manifestación en Bruselas, representada por el mundo del trabajo de casi todos los países de Europa, diciendo de forma pacífica, pero contundente «¡ya basta!» es, seguramente, el antídoto adecuado para combatir el veneno que supone una mala administración subyugada por los dioses de la economía.
Cuando digo «el mundo del trabajo», no me refiero sólo al asalariado, puesto que ese tejido de la producción lo componen un complejo de autónomos, pequeños y medianos empresarios y todo un conglomerado de elementos imprescindibles, sin cuyo esfuerzo dicho mundo no sería posible. A los grandes empresarios, a pesar de haber sido mimados por los gobiernos, siempre les queda el recurso de trasladar su tinglado a lugares más propicios, en los que pagarán menos impuestos y encontrarán mano de obra en régimen de semi-esclavitud.
La lucha contra la injusticia social siempre supuso una utopía, pero: ¿se puede vivir sin utopías?
En alguna parte, no sé cuando, oí, leí o soñé lo que sigue: En casa del cerrajero/ entró la serpiente un día/ y la insensata mordía/ en una lima de acero.
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