A por la Bastilla otra vez
Y las que hagan falta. En muchas cosas no tendríamos que aprender de los franceses, por ejemplo, en la soberbia de estar obsesionados con ser los campeones hasta al julepe, en llevarse un pan excelente a casa envuelto en un papelillo debajo del sobaco, o en cultivar una nostalgia musical exasperante y tener los mismos caretos 40 años en la tele. Pero en la defensa de sus derechos sociales con uñas, dientes y, sobre todo, pancartas y barricadas urbanas, deberíamos tomar nota al sur de los Pirineos.
Cada vez que un Gobierno -de derechas, de izquierdas, liberal, socialista o del color que sea- toca una de sus “conquistas” legales, salen en masa y toman las calles hasta que el político dobla el hocico. Como tiene que ser.
A todos estos tertulianos conservadores y tramposos, a los que se les llenaba la boca con que “el país no estaba para huelgas” y demonizaban a los sindicatos por llamar a la movilización, comparándonos con otros países europeos más avanzados en los que no había cavernícolas de izquierda como aquí, ahora los echo en falta. Están calladitos con lo que le pasa a su amigo Sarkozy, el macarrilla de novia vistosa de pego que se hace el machote echando a gitanos y magrebíes de su país.
Ojalá que sus siglas paguen bien cara en las urnas esta revuelta social masiva en contra de los recortes en las pensiones. Por cierto, que allí la han montado gorda por pasarles la edad de jubilación de 60 a 62 años, mientras aquí a ZP no le salen los números con este tope puesto en 65 años. ¿Dónde enseñan contabilidad a los galos? Que nos den el número de la academia para ir a unas clases nocturnas.
Tampoco nos han contado hasta ahora qué van a hacer con todo el dinero que cotizan los inmigrantes jóvenes y sanos que tienen suerte de contar con papeles y un contrato en regla. Porque en sus proyecciones demográficas y previsiones parecen no tener en cuenta nuestros sesudos expertos que la mayoría de ellos regresarán a sus países de origen tarde o temprano. De hecho, algunos ya han hecho las maletas para pasar hambre con su familia y en casa, en lugar de aquí, discriminados y despreciados. Todas esas cotizaciones luego no repercutirán en jubilaciones, porque casi ningún inmigrante acumulará los tropecientos años que hacen falta para tener derecho a cobrar.
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