Por Vicente J. Sanjuán
Hace poco fue José Antonio Cózar el que nos dejó y ahora es Paco Camarasa el que lo hace. Siempre es como una herida en la propia carne cuando muere un amigo o alguien al que aprecias. Conocí a Paco Camarasa en la lejana época del instituto Fray Ignacio Barrachina en la que los estudiantes de los cuatro pueblos de la Foia confraternizábamos. Paco era de Castalla, pero su madre era de Tibi y él se casó con una chica de Onil. Su padre hacía unos suculentos pasteles artesanos en su obrador y algo debió aprender Paco del trabajo concienzudo que vio en su casa, también de su rama paterna estaba orgulloso de ser sobrino del famoso ‘torero Camarasa’. Nos hicimos amigos compitiendo en adolescentes concursos de bebedores de cerveza y me enseñó el Titania y a gozar de Castalla.
Más tarde, se fue “con los Opus” a estudiar Periodismo en Pamplona y se las arregló para ser profesor de periodismo en Moncada. Yo inicié mi periplo viajero y le perdí algo la pista pero siempre lo encontraba, con su alegría y vitalidad propias, en la vaqueta de Tibi o en las fiestas de Castalla. Ya me iba contando sus inquietudes por ser editor de cómics con un amigo valenciano.
Pensaba que era una de sus ocurrencias novelescas o disparatadas, pero no. Se empeñó en convertirse en un gran editor y lo consiguió. Vive Dios que lo consiguió y se convirtió en el arquitecto de sus sueños. Cada vez que comíamos juntos o que iba verlo a su casa de Onil me contaba sus proyectos y me enseñó a ver más allá del tebeo: la novela gráfica. Trabajó con los mejores y su obra fue reconocida por la Generalitat Valenciana y por el Salón del Cómic de Barcelona trabajando con su imprenta de Castalla de toda la vida, Grafistec, y desde su casa en Onil.
Es y ha sido un grande de la cultura y de la edición española. Y ahora se ha ido con 53 años, uno más que yo. Y yo todavía no he hecho nada comparado con ese gigante. Un gigante que me enseñó el valor de la pasión por el propio trabajo y lo que cuesta construir un mundo desde la propia pasión.
No sé si existe el cielo pero si existe ya debe de estar San Pedro riéndose con alguna de sus ocurrencias y parándole un poco su apasionante hiperactividad.
Allá donde esté espero que tenga paz, pero que no descanse por el bien de los que deja aquí.