Por J. J. Fernández Cano
Qué no daría yo porque cuando este artículo haya de publicarse, tenga que rectificarlo, porque el chalaneo político que tenemos montado haya cuajado, al fin, y tengamos formado un gobierno que dé sentido a nuestro país guiando nuestros pasos, sacándonos de esta orfandad que ya comienza a ser claramente perniciosa.
Pero el asunto parece haberse enquistado y, cada vez que nuestros candidatos se reúnen con el fin (creo) de ponerse de acuerdo, el encuentro acaba en encontronazo, se abren más abismos que hasta nos hacen pensar, tal vez malpensar, que se está representando una especie de obra teatral que nos terminará abocando a unas nuevas elecciones, lo que, ineludiblemente, nos echaría en brazos de los que nos vienen gobernando, ya saben: los de las corrupciones, los despilfarros, los recortes a las clases más desfavorecidas, los que su miopía no les deja ver que Hacienda no somos todos ¡ni allá cerca! (si no, que se lo pregunten al expresidente Aznar, que de eso sabe un rato). Qué ocasión de oro estamos perdiendo de que nuestro país sea administrado con más decencia, aunque no sea a gusto de todas las ideologías o colores políticos.
Sin embargo, todo no parece ser malo. La bocanada de aíre fresco proviene de la buena noticia de que nuestro Ayuntamiento ibense ha registrado un remanente en sus cuentas de 1,2 millones de euros; esto por sí solo ya supone un notición, algo así como que esta vez el niño ha mordido al perro, puesto que en tiempos de bonanza, cuando en el Ayuntamiento entraba el dinero a raudales a causa de la locura urbanística, lo que se engendró fue una deuda que nos continúa asfixiando. Esto nos lleva a la conclusión esperanzadora, de que en nuestro consistorio se está intentando hacer las cosas bien.
El que este dinero extra, llámese remanente, ahorrillos o como se quiera, lleve a nuestros políticos locales a un conciliábulo en el que se plantee cuál sería la forma más conveniente de emplearlo, es otro gesto que les honra, la decisión que tomen al final, con ser importante, no lo es tanto como el hecho de que en este caso -y en otros- las cosas parecen estar comenzando a no hacerse por el ya tan conocido método del ordeno y mando.
Y volviendo al atolladero en el que han llegado a atascarse los candidatos a gobernar nuestro país, con este escenario de desencuentros se les está haciendo el caldo gordo al señor Rajoy y los suyos, sobre esto tengo pocas dudas. El Gobierno, todavía en funciones del PP, está adoptando la táctica del buen cazador: esperar pacientemente a que sus presas se debiliten, se desgasten entre ellas a fuerza de tarascadas, para entonces entrar él, el PP, descansado y de refresco, a cobrarse el botín; esta, y no otra, a mi juicio, es la muestra, más que evidente, de que se froten las manos satisfechos desde su cómoda atalaya: saben que el tiempo juega a su favor. Quienes de verdad queremos el cambio, no lo concebimos sin una reestructuración a fondo en las formas y mentalidad de la política que hemos conocido en los últimos años. Y esta fórmula no la veo en Rajoy y los suyos. No por su color político, sino por su forma de gobernar.