El osito de peluche
De la forma más breve, me dispongo a narrarles una historia que, aunque en los tiempos que nos han tocado vivir podría calificarse de vulgar por su cotidianidad, a mí, y estoy seguro que a mucha gente más, la mentada historia todavía es de las que llegan a estremecer las fibras más hondas de nuestros sentimientos como seres humanos.
Me refiero a la huella que nos queda tras haber presenciado un accidente de tráfico. Sólo uno de los miles que, desgraciadamente, ocurren en nuestro país. Las cifras que nos proporcionan los medios cada año o periodo vacacional sobre los muertos en carretera, nos agarrotan el ánimo, pero nunca llegan a calarnos tan hondo como presenciar un solo descalabro con nuestros propios ojos.
Fue hace aproximadamente una semana y el escenario del drama se desarrolló en el cinturón que circunda Madrid, llamado M50, o algo así. La elevada altura del furgón en que viajábamos y la suave ladera que íbamos remontando, nos permitió ver cómo tres o cuatro vehículos de los que circulaban unos 300 metros delante de nosotros, salían dando tumbos tras haber colisionado, aunque, afortunadamente, mediaba suficiente distancia para no permitirnos ver el desastre en toda su crudeza. Allí permanecimos parados más de media hora. Tres carriles de coches separados apenas por unos centímetros, o sea: como sardinas en lata, que suele decirse. En tanto que las sirenas de policía, bomberos y ambulancias volaban con apremio por los arcenes.
Cuando al fin llegamos al meollo del siniestro y dos agentes nos fueron dando paso, reduciendo la circulación a un solo carril, en el asfalto no quedaban heridos ni restos de los vehículos siniestrados. Podría decirse, aunque con ciertas reservas, que todo había vuelto a la normalidad, de no haber sido por la botellita de agua con chupón, la pequeña sandalia de verano y el osito de peluche, que habían quedado olvidados contra el pretil de separación, y que me vienen quitando ratos de sueño al preguntarme –casi obsesivamente–, qué habrá sido de aquel niño, o niña; que por el tamaño de la pieza de calzado no tendría más de 4 o 5 años y que ya jamás volverá a buscar sus pequeñas pertenencias… Daría cualquier cosa por poder saber su paradero, aunque sólo fuera por devolverle su osito de peluche para que siga compartiendo con él su almohada y sus sueños infantiles.
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