...Y van 47
Por más acostumbrados que estemos a que las desgracias se midan en cifras escalofriantes, saber que en lo que va de año han muerto 47 mujeres a manos de, lo que se ha dado en llamar sus compañeros sentimentales, deja un amargo sabor de boca en el que se mezclan el estupor, porque semejante lacra social lejos de remitir, vaya en aumento y, la vergüenza, porque todo ser humano se tiene que sentir, aunque sea mínimamente, responsable de acciones tan execrables, como miembro de una sociedad que se jacta de ser civilizada.
47 mujeres, 47 seres humanos sacrificados en aras, o como consecuencia de relaciones amorosas que deberían ser algo rayano en lo sublime, puesto que la unión entre un hombre y una mujer continúa siendo el vehículo que nos conduce a la perpetuación de nuestra especie. Es algo que merece ser meditado y preguntarnos si no estaremos caminando hacia un estado de degeneración que nos puede llevar a la autodestrucción, a comernos vivos unos a otros. Y lo que me pierde en mis cavilaciones es que se pueda pasar del amor al odio –a un odio cerril que lleva a coger un arma y destrozar a la que, por más o menos tiempo– ha sido tu compañera de camino, con la que sin duda has compartido momentos inolvidables.
Se entiende que la vida en pareja no siempre es un lecho de rosas, entraña sus complicaciones, tiene sus altibajos y, hasta llega a extremos en los que es mejor poner tierra de por medio. Como antaño se decía: cada uno en su casa y Dios en la de todos. Se sabe, aunque no se entiende, que en caso de separación la mujer abusa económicamente de su excónyuge pero, sin dejar de reconocer que estas circunstancias son dañinas y egoístas, no justifican, ni mucho menos, que un hombre caiga en la locura de asesinar a su compañera, o excompañera, ello supone descender a sus instintos más primitivos, a su condición de animal.
No hace mucho me contaba un hombre de edad avanzada que, tras 52 años de matrimonio, entre las pequeñas manías de su esposa y las suyas propias podrían llenar un saco. Aunque jamás llegamos a insultarnos, andamos siempre a la greña –me decía–. Pero cuando alguno de los dos anda un poco pachucho, el otro se entristece. Se conoce que en el fondo seguimos amándonos. Quizás sea porque donde hubo fuego siempre queda rescoldo. O por lo mucho que llevamos compartido, o, tal vez por la fuerza de la costumbre…
[volver]