Por J. J. Fernández Cano
Por más difícil que resulte dar cobijo y comida a esa multitud de refugiados que diariamente entran en Europa, no lo es menos asimilar el tremendo drama que reflejan sus rostros, un nítido espejo de la angustia que están viviendo desde el fatídico día en que se vieron obligados a abandonar su país, su hogar, todo lo que componía su vida y, hasta algún, o algunos miembros de su familia, reventados en alguna de las múltiples y criminales demoliciones sufridas por las bombas y misiles en sus ciudades o, en la travesía de ese mar Egeo u otros mares, que igual sirven para ser navegados por fastuosos buques de recreo que como cementerios de hambrientos, de desahuciados de La Humanidad. Pero hay quienes dicen que así es el mundo, si lo quieres lo tomas, y si no también.
Aunque no es menos cierto que ese mundo, que según los dioses de todas las religiones es la casa de todos, para cualquiera que tenga un mínimo de sentimientos humanos está para no tomarlo ni con azúcar, tal es el amargor y falsedad que supura.
La canciller alemana, Ángela Merkel, que lideró la política de puertas abiertas cuando comenzó a sonar a tragedia el éxodo de Siria, ha cambiado ahora su estrategia poniéndose a la cabeza de Europa en su nueva política de fortalecer las barreras que impidan entrar a los desesperados en nuestro continente. Lo ha hecho mediante un recién alcanzado acuerdo entre los tres partidos que gobiernan su país, con el fin de endurecer el derecho de asilo, acelerar las expulsiones y dificultar la reagrupación familiar de los refugiados. Y en esta tendencia al rechazo, no le van a la zaga la mayor parte, si no es el resto de los países de la UE.
Sin ánimo de pretender, siquiera, determinar quiénes son los que originan o propician estas atrocidades que causan el sufrimiento de miles y miles de seres humanos, sí me pregunto si se deberán a religiones antagónicas, cuestiones territoriales, exceso en fabricación de armamento que satura los almacenes hasta colapsar el normal ritmo de fabricación...
Sea como quiera, lo cierto, lo aterrador de la realidad después de miles de años de evolución, es que el hombre continúa siendo el mayor enemigo del hombre, el “lobo” para su propia especie, que decía el filósofo Hobbes. Y no siente vergüenza de llamarse a sí mismo Rey de la Creación. Ni de llenarse la boca con aquello que llaman Derechos Humanos. ¿Qué derechos les conceden a estos desdichados sirios, y a otros muchos como ellos?
Vuelvo a la acertada frase del admirado y respetado Miguel Delibes: En este mundo somos cada vez más; pero no mejores